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En el gran espectro de percepción de los sentidos del ser humano, yacen los símbolos. La conciencia tras la ampliación de sus márgenes sensoriales empieza a concebir en la vida símbolos que permean la cotidianidad, permitiendo dar cuenta del hecho de que lo real para una persona, no lo es para otra, pues son diferentes los filtros a los que se somete. 

En el libro Magia en teoría y práctica de Aleister Crowley, menciona: 

El hombre ignora la naturaleza de su propio ser y sus poderes. Hasta la idea de sus limitaciones está basada en su experiencia del pasado, y cada paso en su progreso extiende su imperio. Por lo tanto, no hay razón para asignar límites teóricos a lo que puede ser, o a lo que puede hacer.

Con lo cual surge una incógnita: ¿cuáles son los símbolos que no permiten ver los símbolos propios ignorados por el humano?. El entramado social del mundo actual solo ve la vida bajo los emblemas del dinero, de la producción, de la comodidad, en fin, de factores que solo llenan espacios en el ser mientras el gran sistema roba lo que podría ser el humano: conexiones desde el individuo con su entorno, conjugándose con sus similes. 

Al hombre globalizado actual le falta ritmo eterno, necesita dejar de someterse para que permita la conexión con los movimientos y vibraciones del universo. La comunidad carece de símbolos propios, carecen también de un entramado ritual al hecho de vivir, de ser conscientes de los superfluo de los cuerpos en el transito del tiempo en la tierra. 

Por tanto, como una iniciada estrella que se enciende, pero no por ello quiere dejar de ver otras estrellas, veo la necesidad de acentuar mis formas artísticas bajo estas tres palabras: misticismo, símbolo y ritual, llevando a cabo soluciones plásticas que posibiliten mostrar aquellos símbolos de no sometimiento, y que por otro tanto, genere perspectivas desde donde el humano entre en conciencia del valor de estas necesidades en la comunidad inmediata a la que pertenece.  

El calor de un astro puede encender el fuego de otro, así no queda oscuro el espacio.

PRINCIPIO DEL ELEMENTO HERÉTICO

Experiencias difusas y confusas son el principal elemento, permitiendo indagar en las sombras del conocimiento dentro de la atmósfera propia del vino de la selva. Mientras difiere todo contexto perteneciente a la naturaleza con sus voces y silencios, trato de comprender cómo símbolos de la planta permean al hombre, visualizando el tiempo y sus acciones, bajo diferentes momentos. 

Dentro de estos estados lúcidos hay visiones que modifican a partir de la percepción de otro, en este caso, un otro animal. Este otro animal toca ciertas latencias de ideas remotas en la memoria profunda del individuo, que a su vez llega a poseer al animal como medio de enseñanza directa desde la naturaleza, siendo unificada su percepción sin segregar ni nombrar. 

Respecto a lo que se puede definir como hombre, y también como animal, son basamentos de interpretaciones cedidas desde las mágicas formas del lenguaje. Solo este parece ser el que da rango al hombre como cuerpo no animal, como un elemento que lo clasifica de modo separado a aquellos seres vivos con miramientos de vida diferentes:

“lo que discrimina al hombre del animal es el lenguaje, pero este no es un dato natural innato en la estructura psicofísica del hombre, sino una producción histórica que, como tal, no puede ser propiamente asignada al animal ni al hombre” 

Siempre una frontera difusa, ilusión necesaria del hombre de ciencias, separación innecesaria del humano con su medio, con su natural existencia. Toda lógica para tratar de determinar al hombre queda mirando hacia un abismo, abierto hacia interpretaciones infinitas, llevado hacia rincones que impide la natural subversión del individuo en tierra. 

Tensionando la segmentación del hombre con el animal, es propicio llegar a clasificar las vivencias pertenecientes a las experiencias que forman estas modificaciones de conciencia, llevando posibles arquetipos pertenecientes al mundo místico en torno a la bebida elemental Yagé. 

DE UN RECUERDO: EL HOMBRE ARCAICO

La percepción que tenemos del individuo que vive en nuestra época consolida una característica: este difiere en altos grados a los pensamientos distintivos de épocas pasadas, afirmaciones de la existencia que pertenecen a un grado mítico de vitalidad para el movimiento de sus cuerpos. El individuo moderno trata los acontecimientos históricos en su exactitud quimérica, aliada a la necesidad científica de definir con precisión los hechos pertenecientes a un personaje.  

En el ser arcaico existe una particularidad: las condiciones de su existencia tienen un necesario acontecer espiritual que permite consagrar la acción a los procesos divinos llevados a cabo en la repetición de los mitos dentro del individuo. La realidad se basa en hacer conectar las vivencias con una memoria antigua, que narra algún suceso arquetípico dentro de la inconsciencia del hombre. En el rango de sus motivos, concebir lo sagrado en la existencia consolida la posición metafísica del pensamiento ancestral:

“La realidad se manifiesta, para la mentalidad arcaica, como fuerza, eficacia y duración. Por ese hecho, lo real por excelencia es lo sagrado; pues solo lo sagrado es de un modo absoluto, obra eficazmente, crea y hace durar las cosas”. (Eliade, Mircea)

Los actos pasados son infinitos que vienen a dar realidad a las manifestaciones presentes dentro de una comunidad cultural: la serpiente, el jaguar y el águila, posibilitan observar un sistema del pensamiento de individuo yagecero, que dictamina los comportamientos venidos desde el pasado, hechos presentes tras la repetición del ciclo. El filósofo describe así dicho suceso:

"En el detalle de su comportamiento consciente, el hombre arcaico no conoce ningún acto que no haya sido planteado y vivido anteriormente por otro, otro que no era un hombre, lo que él hace, ya se hizo, su vida es la repetición ininterrumpida de gestos inaugurados por otros”. (Eliade, Mircea)

DE UNA SOBRIEDAD: FUERZA TERRENAL DEL JAGUAR

Considerar las cosas en sentido ampliado implica tomar la vida de modo siempre abierta, sujeta a la expansión y retracción, a lo efímero y lo concreto. Estas dicotomías elevan en no muy poco las posibilidades de distorsión del pensamiento, al nombrar contrarios términos y determinarlos fijamente. Se desconoce aún más cualquier experiencia si esta usa palabras consolidadas y con fundamento de permanencia, a modo de símbolo de dios. 

En la impermanencia, las situaciones carecen de diálogo, y de modo posterior siempre se crea una interpretación necesaria para la transmisión, un puente es el ser individual. Todo es suceso creado por la palabra, moldeando la roca sobre la laguna que es el pensamiento, contrario a los consejos del poeta: 

“las cosas no son tan tangibles ni tan susceptibles de ser habladas como nos lo quieren hacer creer casi siempre.” (Rilke)

En las llamas del fuego son observables fuerzas desgarradoras, expansivas, tensionantes, su movimiento incita la danza de las eras. En este encuentro posa la mirada el felino, guerrero de espesa selva y cazador insignia, diurno y nocturno. Bajo el manto de su soledad, a edificado el desarrollo de sus sentidos, profunda vista hacia oscuros misterios a los que es enviado, consciente de su innecesaria razón, es la energía de la necesidad, la chispa de la voluntad. 

“Usted mira hacia afuera, y eso, ante todo, es lo que no debería hacer ahora” (Rilke)

Vuelve a dar consejo el poeta. 

Movimientos concernientes al estado del ser son los que se posan en las garras arquetípicas de este cazador, solitario y profundo, que es la onca, pero también el hombre, a causa de su cercanía. Estrechamente ligados en atmosferas de percepciones depuradas de la realidad, el ser hecho otro ser y en unidad, forman un primer concepto, un calificativo, una posibilidad, una necesidad: el hombre es ahora jaguar, el jaguar es símbolo, el símbolo lo devela la planta, la planta es ahora hombre, el hombre es la fuerza terrenal. 

“Solo hay un único recurso. Entre en usted mismo.” (Rilke)

El poeta siempre es felino. 

 

DE UNA DECONSTRUCCIÓN: TIEMPO EN LOS VUELOS DE LA SERPIENTE-DRAGÓN

Los encuentros fortuitos son muy bien edificados en la memoria, siendo selectiva, en una sinrazón permanente, condicionado a la cotidianeidad del ser pensante. La estructura se establece, son formados los márgenes morales del individuo, las provocaciones de la sociedad solicitan la sumisión del pensamiento disonante, el hombre se hace por el hombre. 

La memoria colectiva segrega un calificativo a lo que se debe saber del hombre, de ahí que sus márgenes estén dados a condición de los márgenes edificados en diferentes momentos, surgiendo lineamientos, directrices de condicionamiento para la especie en cuestión. Para la memoria la escritura, fundamento de los siglos, esquizofrenia retenida de la sociedad solicitante… pero, a conciencia de otros:

“escribir no tiene nada que ver con significar, sino con deslindar, cartografiar, incluso futuros parajes.” (Deleuze y Guattari).

En un vuelo se sumió mi cuerpo, un vuelo hacia subterráneos espectros en donde la conciencia se alarga, agiliza su ondeante movimiento, descendiendo en la destrucción de lo creado: el hombre era lo creado, la marca de la luna manifestó en el individuo las extensas posibilidades de creación de hombres, es la esencia cósmica la que configura los miramientos de la creación.  

En lo efímero del cuerpo la ligereza en el vuelo, en la carne desmaterializada el espectro de múltiples espacialidades, atmosferas singulares por donde sumido en un largo sauro ondeante se ve nacer a la especie, devorado por mandíbulas expansivas el individuo es forzado a ver que todo hombre es edificado, diseñado como elemento de carga, como faceta de algo inconcluso por misma ignorancia. 

En los viajes a extraños estados, el hombre- sauro es envuelto en un manto eterno, un vidente del estado previo de las cosas construidas, un primer movimiento, un primer ojo que mira el horizonte, previa a la estructura moral, es principio cartográfico y de calcomanía: 

“un rizoma no responde a ningún modelo estructural o generativo. Es ajeno a toda idea de eje genético, como también de estructura profunda”. (Deleuze y Guattari).

El sauro que fue hombre y que retorna a seguir en ello, construye solo a partir de lo que pudo destruir, ambos dejan de ser lo que fueron para regresar siendo un elemento futuro, el tiempo es su tránsito. 

  

DE UNA CONTEMPLACIÓN: EL OJO EN LAS ALTURAS DEL ÁGUILA

Cuando la identidad esta sostenida por el misterio, cuando desde toda gran altura llega alada y altiva la figura arquetípica; la inteligencia, dada tras largo vuelo, se posa en la mirada del individuo transformado, de aquel que vuelve uno, hecho la totalidad. 

Los límites del sujeto se funden al paso de aves en altos cielos, abierto y destinado a no ser, el hombre es una paradoja con movimiento aparentemente propio. Presenta un fino pensamiento y pronto da cuenta del error, a raíz de que:“el ser y el no-ser se engendran mutuamente” (Lao Tse). 

La mirada se hace necesaria a través del ojo de un ave en las alturas, que observa constantemente su mundo, indiferente muchas veces, donde “todas las cosas aparecen sin su intervención” (Lao Tse).  Su obra siempre inacabada, no hay atribución a los hechos, por ello, permanece en su creación, nunca fugaz, atento con su ágil percepción. 

La actividad de la pupila que contempla y se compenetra, que hace tangible los límites del yo percibido, llega abarrotada de la mayor de las libertades. La finesa del espíritu, de no concebir dictámenes ni sentencias, de estar observando las llamas quemando y sin embargo darse el destino de ceniza, este hombre, esta ave,“todo lo gobierna, pues practica el no-obrar” (Lao Tse). 

Cuando el hombre ve su tiempo siempre a disposición del cambio, presenta perspectivas abiertas con respecto a las cosas que concibe en su deambular, pues hasta ahora, el hombre solo a sido tránsito, fundamento y sentencia para posibilidades aún mayores, inexploradas entre los muchos, hecho cuerpo para los de emplumado manto. 

DE UN RETORNO A LA ESPECIE: EL MAGO QUE DESCUBRE SUS GENES

Acompañantes en la penumbra son los animales mencionados, escudos protectores y pieles de guerreros que prestan al ser sus sentidos para la consolidación de sí mismo mientras visualiza y entiende su elemento natural. Este individuo que antes solicitaba máscaras de la selva y de su medicina ahora da cuenta de que la vida esta contenida en su cuerpo, los enlaces de la tierra permean hacia la superficie y manifiestan en la conciencia un nuevo comienzo.

De muerte y vida esta hecha la especie humana, la natural versión de un sí mismo es el inicio del individuo hecho Mago tras los devenires de sus hermanos animales que despiertan en su ADN. Este arquetipo marca los movimientos de ascenso hacia su superior estancia, no como ser poderoso, no como mayor en comparación a otro, sino que empieza el ascenso hacia su propia existencia universal. Los elementos de la naturaleza ahora prestan al nacido sus dones y gracias y lo elevan hacia la divinidad que siempre se ha encontrado en su interior.

Existe un poder que lo conecta con el resto de las especies, incluso si estas se encuentran fuera de nuestro sistema solar, en el inmenso universo encuentra a sus hermanos en la creación. Toda materia planetaria, toda vida contenida en ella pasan a ser herederos de la entera existencia, con sus multiples formas de cuerpos se encuentra ahora el mago que se une a los ritmos de la vibración universal.

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